Cuando los siete
cabritillos vieron esto, llegaron corriendo y exclamaron en voz alta:
Este cuento pertenece a la colección de cuentos de los hermanos Grimm. Es uno de tantos maravillosos cuentos de literatura infantil.
Disfrutar leyendo o contando este cuento es una de las mejores opciones para pasar un agradable rato en familia.
Regálale un cuento a tu hijo/a, a tu mamá, papá, a tus hermanos, a un amigo... y disfruta con su lectura.
Había una vez una
vieja cabra que tenía siete cabritillos y los quería como sólo una madre puede
querer a sus hijos. Un día quiso ir al bosque y buscar comida; entonces llamó a
los siete y les dijo:
- Queridos hijos,
tengo que salir al bosque. Protegeos del lobo, que, si entra, os devorará
enteros. El malvado se disfraza a menudo, pero lo reconoceréis por su voz ronca
y sus patas negras.
Los cabritillos
dijeron:
- Querida madre,
tendremos cuidado; puedes irte sin ninguna preocupación.
Entonces, la vieja
baló y se puso en camino llena de tranquilidad.
No había pasado mucho
tiempo, cuando alguien llamó a la puerta de la casa y exclamó:
- Queridos niños,
vuestra madre está aquí y os ha traído algo a cada uno de vosotros.
Pero los cabritillos
reconocieron por la voz ronca que era el lobo.
- No abrimos
–exclamaron-, tú no eres nuestra madre; ella tiene una voz fina y melodiosa y tu
voz es ronca; tú eres el lobo.
Después de esto, el
lobo se fue a casa de un tendero y se compró un gran trozo de tiza; se la comió
y se aclaró con ella la voz. Luego, regresó, llamó a la puerta de la casa y
dijo:
- Abrid, queridos
hijos, vuestra madre está aquí y os ha traído algo a cada uno de vosotros.
Pero el lobo había
colocado sus negras patas en la ventana, los niños las vieron y dijeron:
Entonces, el lobo
corrió a casa de un panadero y dijo:
- Me he dado un golpe
en una pata, échame por encima un poco de masa.
Y cuando el panadero
le había untado ya la pata, corrió a ver al molinero y dijo:
- Espolvoréame blanca
harina sobre la pata.
El molinero pensó:
“Este lobo quiere engañar a alguien”, y se resistió a hacerlo, pero el lobo
dijo:
- Si no lo haces te
devoraré.
El molinero tuvo miedo
y le puso la pata blanca.
Entonces, el malvado
por tercera vez a la puerta de la casa, llamó y dijo:
- Abridme, niños,
vuestra querida madrecita ha regresado a casa. Y os ha traído algo del bosque a
cada uno.
Los cabritillos
gritaron:
- Enséñanos primero
tus patas para que sepamos que tú eres nuestra querida mamita.
Entonces, el lobo
colocó la pata sobre la ventana y, cuando la vieron blanca, los cabritillos
creyeron que era en verdad todo lo que les decía y abrieron la puerta. Pero
quién entró fue el lobo. Se asustaron y quisieron esconderse. Uno saltó por
encima de la mesa, el segundo, se metió en la cama, el tercero, en la estufa,
el cuarto, en la cocina, el quinto, en el armario, el sexto, debajo del barreño
de lavar, y el séptimo, en la caja del reloj de la pared. Pero el lobo los
encontró, y no gastó en cumplidos, engulléndoselos a todos. Después de que el
lobo hubo calmado su apetito, se marchó y se tumbó en la verde pradera bajo un
árbol y comenzó a dormir.
No mucho más tarde,
regresó la vieja cabra a casa desde el bosque. ¡Pero, ay! ¿Qué es lo que vio?
La puerta de la casa estaba abierta de par en par; mesas, sillas y bancos
estaban volcados todos en el suelo; el barreño de la ropa estaba hecho añicos;
la manta y los cojines habían sido tirados de la cama. Buscó a sus hijos, pero
no los pudo encontrar en parte alguna. Llamó, uno por uno, a todos por sus
nombres, pero nadie respondió. Finalmente, cuando llegó al último, sonó una
fina voz:
- Querida mamá, estoy
escondido en la caja del reloj.
Lo sacó, y él le contó que el lobo había
venido y había devorado a los otros. Podéis imaginaros lo que ella lloró a sus
hijos. Por fin, salió fuera con toda su pena, y el más pequeño de los
cabritillos la acompañó. Cuando llegó a la pradera, allí estaba el lobo bajo el árbol, roncando de tal
manera que los árboles temblaban. Lo observó detenidamente y vi que en su
vientre superlleno algo se movía y se agitaba. “Dios mío –pensó-. ¿Estarán mis
niños, que se ha tragado para la cena, todavía vivos?” A esto, fue corriendo a
casa del cabritillo y cogió unas tijeras, aguja e hilo. Luego, le abrió la
panza al monstruo y, apenas había hecho un corte, sacó un cabritillo la cabeza;
siguió cortando, y así fueron saltando uno tras otro, y estaban todos vivos y
no habían sufrido el menor daño, pues el monstruo, en su ansia, se los había tragado
enteros. ¡Qué alegría! Todos abrazaron a su madre saltando de gozo como si les
hubiera tocado la lotería. La vieja, sin embargo, dijo:
- Ahora, id y buscad
piedras; con ellas, le llenaremos a este impío animal la barriga mientras
duerme todavía.
Los cabritillos,
entonces, trasportaron rápidamente las piedras le metieron en la barriga tantas
como les fue posible hacerlo. Después de esto, le cosió a toda prisa, de tal
manera que no notara nada y no se moviese.
Cuando por fin hubo
descansado bien, el lobo se incorporó y, al producirle las piedras en el
estómago tanta sed, quiso ir a un pozo a beber. Cuando comenzó a andar y a
moverse de un lado para otro, chocaban las piedras unas contra otras haciendo
ruido. Entonces exclamó:
- ¿Qué es lo que ahora
retumba y en mi barriga resuena? Creí que eran seis cabritillos y sólo parecen
piedras.
Y cuando el lobo llegó
al pozo y se inclinó hacia el agua y quiso beber, las piedras le arrastraron
hacia dentro y se ahogó de forma lamentable.
- ¡El lobo está
muerto, el lobo está muerto!