domingo, 12 de junio de 2016

EL LOBO Y LOS SIETE CABRITILLOS

Cuando los siete cabritillos vieron esto, llegaron corriendo y exclamaron en voz alta:


Este cuento pertenece a la colección de cuentos de los hermanos Grimm. Es uno de tantos maravillosos cuentos de literatura infantil. 
Disfrutar leyendo o contando este cuento es una de las mejores opciones para pasar un agradable rato en familia. 
Regálale un cuento a tu hijo/a, a tu mamá, papá, a tus hermanos, a un amigo... y disfruta con su lectura.


Había una vez una vieja cabra que tenía siete cabritillos y los quería como sólo una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso ir al bosque y buscar comida; entonces llamó a los siete y les dijo:
- Queridos hijos, tengo que salir al bosque. Protegeos del lobo, que, si entra, os devorará enteros. El malvado se disfraza a menudo, pero lo reconoceréis por su voz ronca y sus patas negras.
Los cabritillos dijeron:
- Querida madre, tendremos cuidado; puedes irte sin ninguna preocupación.

Entonces, la vieja baló y se puso en camino llena de tranquilidad.
No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta de la casa y exclamó:
- Queridos niños, vuestra madre está aquí y os ha traído algo a cada uno de vosotros.
Pero los cabritillos reconocieron por la voz ronca que era el lobo.
- No abrimos –exclamaron-, tú no eres nuestra madre; ella tiene una voz fina y melodiosa y tu voz es ronca; tú eres el lobo.

Después de esto, el lobo se fue a casa de un tendero y se compró un gran trozo de tiza; se la comió y se aclaró con ella la voz. Luego, regresó, llamó a la puerta de la casa y dijo:
- Abrid, queridos hijos, vuestra madre está aquí y os ha traído algo a cada uno de vosotros.
Pero el lobo había colocado sus negras patas en la ventana, los niños las vieron y dijeron:
- No abrimos, nuestra madre no tiene las patas negras como tú; tú eres el lobo.
Entonces, el lobo corrió a casa de un panadero y dijo:
- Me he dado un golpe en una pata, échame por encima un poco de masa.
Y cuando el panadero le había untado ya la pata, corrió a ver al molinero y dijo:
- Espolvoréame blanca harina sobre la pata.
El molinero pensó: “Este lobo quiere engañar a alguien”, y se resistió a hacerlo, pero el lobo dijo:
- Si no lo haces te devoraré.
El molinero tuvo miedo y le puso la pata blanca.

Entonces, el malvado por tercera vez a la puerta de la casa, llamó y dijo:
- Abridme, niños, vuestra querida madrecita ha regresado a casa. Y os ha traído algo del bosque a cada uno.
Los cabritillos gritaron:
- Enséñanos primero tus patas para que sepamos que tú eres nuestra querida mamita.
Entonces, el lobo colocó la pata sobre la ventana y, cuando la vieron blanca, los cabritillos creyeron que era en verdad todo lo que les decía y abrieron la puerta. Pero quién entró fue el lobo. Se asustaron y quisieron esconderse. Uno saltó por encima de la mesa, el segundo, se metió en la cama, el tercero, en la estufa, el cuarto, en la cocina, el quinto, en el armario, el sexto, debajo del barreño de lavar, y el séptimo, en la caja del reloj de la pared. Pero el lobo los encontró, y no gastó en cumplidos, engulléndoselos a todos. Después de que el lobo hubo calmado su apetito, se marchó y se tumbó en la verde pradera bajo un árbol y comenzó a dormir.
No mucho más tarde, regresó la vieja cabra a casa desde el bosque. ¡Pero, ay! ¿Qué es lo que vio? La puerta de la casa estaba abierta de par en par; mesas, sillas y bancos estaban volcados todos en el suelo; el barreño de la ropa estaba hecho añicos; la manta y los cojines habían sido tirados de la cama. Buscó a sus hijos, pero no los pudo encontrar en parte alguna. Llamó, uno por uno, a todos por sus nombres, pero nadie respondió. Finalmente, cuando llegó al último, sonó una fina voz:
- Querida mamá, estoy escondido en la caja del reloj.
 Lo sacó, y él le contó que el lobo había venido y había devorado a los otros. Podéis imaginaros lo que ella lloró a sus hijos. Por fin, salió fuera con toda su pena, y el más pequeño de los cabritillos la acompañó. Cuando llegó a la pradera, allí  estaba el lobo bajo el árbol, roncando de tal manera que los árboles temblaban. Lo observó detenidamente y vi que en su vientre superlleno algo se movía y se agitaba. “Dios mío –pensó-. ¿Estarán mis niños, que se ha tragado para la cena, todavía vivos?” A esto, fue corriendo a casa del cabritillo y cogió unas tijeras, aguja e hilo. Luego, le abrió la panza al monstruo y, apenas había hecho un corte, sacó un cabritillo la cabeza; siguió cortando, y así fueron saltando uno tras otro, y estaban todos vivos y no habían sufrido el menor daño, pues el monstruo, en su ansia, se los había tragado enteros. ¡Qué alegría! Todos abrazaron a su madre saltando de gozo como si les hubiera tocado la lotería. La vieja, sin embargo, dijo:
- Ahora, id y buscad piedras; con ellas, le llenaremos a este impío animal la barriga mientras duerme todavía.
Los cabritillos, entonces, trasportaron rápidamente las piedras le metieron en la barriga tantas como les fue posible hacerlo. Después de esto, le cosió a toda prisa, de tal manera que no notara nada y no se moviese.
Cuando por fin hubo descansado bien, el lobo se incorporó y, al producirle las piedras en el estómago tanta sed, quiso ir a un pozo a beber. Cuando comenzó a andar y a moverse de un lado para otro, chocaban las piedras unas contra otras haciendo ruido. Entonces exclamó:
- ¿Qué es lo que ahora retumba y en mi barriga resuena? Creí que eran seis cabritillos y sólo parecen piedras.
Y cuando el lobo llegó al pozo y se inclinó hacia el agua y quiso beber, las piedras le arrastraron hacia dentro y se ahogó de forma lamentable.
- ¡El lobo está muerto, el lobo está muerto!
Y bailaron de pura alegría con su madre alrededor del pozo.